¿No quieres arder? oigo desde todas direcciones... Pues arde, arde querida... Desearás haber muerto para cuando llegues abajo.
En el primer golpe, la carcasa de hielo que me cubre se rompe en mil trozos, que se subliman de inmediato, mezclándose con los vapores que me queman por dentro cuando los respiro. Así que sigo viva. Las llamas están muy abajo. Esto parece la caldera de un gigantesco y profundo volcán. Mis párpados recobran la movilidad, y puedo cerrar los ojos para no marearme de dar tantos golpes y vueltas. Desmadejada como una maltrecha muñeca, frena mi caída un saliente preparado para mi siguiente tortura, un poco antes de llegar abajo, lo justo para no abrasarme, pero sí chamuscarme un poco. Muy lejos de cualquier intento de lucha, noto como mi carne ya no está congelada, ahora se va haciendo a fuego lento, produciendo un olor característico... ¿A qué sabrá mi carne guisada? Tengo hambre. Soy consciente en este momento de que mi cuerpo, más que dolorido... está hambriento. Se me ocurre que es peligroso para mi integridad física que el hambre supere al dolor, divertida ocurrencia que me hace sonreír... Sin duda enajenada, acabo en una triste y dolorosa carcajada que no me suena familiar. Ni siquiera me reconozco... ¿Por qué no habría de comerme?
En realidad no puedo distinguir el hambre de la náusea.... Esa pequeña anomalía me acompaña desde que era una niña. Llegaba a casa del colegio y le decía a mi madre: Me encuentro mal mamá, creo que tengo náuseas.
Mi madre me miraba de reojo, mientras no paraba de cocinar: ¿No será debilidad?
¿Debilidad?
Ella concluía: Sí, lo que tú tienes es debilidad. Toma (me daba un trozo de pan) come esto y ya verás que te sientes mejor...
Tenía razón: siempre es debilidad...
Ahora, esperanza absurda, busco un trozo de pan que le dé, una vez más, la razón a mi madre, pero sólo hallo cenizas, vapores, humos y calor. Y si ella no tiene razón ya nada es razonable, ya nada tiene sentido...
No te equivoques, querida, que no encuentres pan aquí no significa que no te curase si lo hubiera y pudieses llevártelo a la boca.
Tiene razón, y presume de quererme, hipócrita. Porque es cierto que ya no estoy congelada, que ya no hace frío... pero sigo sin poder moverme, molida de los golpes de la caída. Mi cuerpo se ha roto en mil piezas reunidas todas en este saco de piel humana. Bonito bolso... Y no, bonito recipiente. Me cocino lentamente en mi jugo... en mi sangre que empieza a alcanzar el punto de ebullición...
Al fin estoy aquí, a las puertas del infierno ¡sin alcanzarlo! ¡Y siempre este casi de sufrimiento extra! Mejor morir de repente, y no esta agonía.
Pero sabes bien que debes sufrir. Esto es así. Se llama Purgatorio, querida...
¿Querida por quien? ¿Acaso lo merezco?
¿Lo qué? ¿El Purgatorio, o que te quieran? Y ambas cosas significan lo mismo. ¿No lo ves? Es simple: alguien que te quiere piensa que te mereces una segunda oportunidad, pero antes has de pasar por el Purgatorio.
Será un broma, que me quiere, digo...
Y todo es una broma: la vida es una broma, la muerte también... Lo infinito es muy aburrido, querida. Tenemos que entretenernos en algo. Vosotros los mortales podéis divertirnos un poquito... Aunque siempre acabáis siendo aburridos. Pasa en todas las partidas. LLega un momento en que debemos buscar un juego nuevo...
Juego Revuelto.
¿Cómo?
Alto.
No seas insolente. No le hables así a tu Dios.
A la mierda. No quiero este nepotismo inhumano e indivino que ni yo me merezco. ¡¡Mándame al infierno de una vez!!
Así sea.